El origen de “las galletas duras” en Nayarit está fechado en 1920 y se transforma en el siglo XXI, vinculado con la vida social de Jalcocotán, Nayarit, y entrelazada con la historia de “Los Cuates” Morquecho y los descendientes de Daniel Ibarra, creador de la receta original. con ecos de la revolución, migraciones, desarrollo comercial y de pasada un capítulo de la Segunda Guerra Mundial.
Por desconocimiento, hay quien confunde las bolitas de masa con pan duro, cuando son una de las tradiciones gastronómicas más emblemáticas y arraigadas en la región. Obedecen a una necesidad vital: conservar el alimento contra la humedad ambiental, en forma natural, sin aditivos ni conservadores.
Las galletitas duras se comen todo el año, la forma correcta es remojándolas en café o en chocolate, aunque hay quien prefiere comerlas en sopas, cremas y caldos. Son una derivación de las “galletas marineras”, conocidas en otros lugares como pan marinero, pan de barco o bizcocho de barco; su creación obedece a una solución alimenticia a largas travesías en buques del siglo xv.
Hermano del siglo, Daniel Ibarra Durán tiene la visión de preservar este alimento básico para los largos meses de lluvias, cuando los caminos que llevaban a Jalco (Jalcocotán) quedaban obstruidos por deslaves y rocas cerrando el paso para salir a comprar huevo y otros productos necesarios para hacer pan.
La historia de Daniel y sus descendientes pareciera arrancada a las páginas de una novela. Nace en 1901 en Cacalután, al sur del estado. Es un huérfano más de la Revolución, y por herencia pertenece al bando de los “alzados”. Cuando termina la guerra se encuentra sin trabajo, con cinco hermanos y una madre a quienes hay que cuidar y alimentar.
A los diecisiete años, emigra a Tepic y se emplea como aprendiz de panadero. En un viaje a San Blas conoce y se enamora de Lucía Guerrero Flores, quien, a pesar de ocho celosos hermanos.
incluido el capitán Estanislao— decide huir con Daniel para refugiarse un tiempo en Tepic y luego en un lugar más apartado y de dificil acceso: Jalcocotán. Corría el año de 1927.
Población con una rica historia, Jaleo sólo producía plátanos y café; ocasionalmente los comerciantes llevaban en sus cartetas pan desde Tepic. Con el oficio aprendido, Daniel decide construir un horno y abrir la primera panadería del lugar, con tan buena suerte que en poco tiempo abastecla a las comunidades cercanas de bolillo y pan dulce fresco.
Crece la familia y prospera el negocio. En 1928 nació su hija María Lorenza, iniciadora de la segunda generación de panaderos en Talco. En esas fechas don Daniel enfermó de tétanos, y durante su recuperación Lucia se hace cargo del negocio apoyada por Antonio “Toño” Carrillo, Sin descuidar la crianza de sus hijos. Son tiempos difíciles.
Para entonces, los hijos ya tienen edad para ayudar en el negocio. Es en 1938 cuando aparece en escena “El Cuate” Álvaro Morquecho. Nacido en la hacienda de Mora en 1925 y criado en Jalco por su abuela, Con los años, conoce a María Lorenza, la hija del panadero, con quien años después se casaría y engendraría ocho hijos, no sin antes vivir una amarga experiencia.
Los ecos de la Segunda Guerra Mundial llegaron hasta Jalcocotán. Cuando el gobierno de México decide apoyar a los países aliados en contra del Eje Italia-Alemania-Japón recluta jóvenes seleccionados por sorteo: “bola blanca va al frente, bola negra no va”. Álvaro sacó bola blanca. Pasa algunos años en el Cuartel Colorado, Jalisco, ahí recibe instrucción militar hasta el momento de su liberación, en 1949, sin haber visto de frente a sus adversarios. Mientras tanto, en Jalco ocurría una tragedia: el rapto y secuestro de su novia y prometida, María Lorenza.
Por algún tiempo, la familia Ibarra no supo el paradero de la joven. A su regreso, “Varo” (Álvaro) recibe la fatal noticia: hacía dos años, un desconocido, en un baile, se había llevado por la fuerza a María Lorenza. Luego alguien les diría que la vieron en Tepic y apoyado por elementos del Ejército iría a rescatarla, a ella y a la criatura engendrada.
AJ poco tiempo, Álvaro y María Luisa se casaron y formaron una familia de ocho descendientes, continuadores de la tradición panadera, bajo la supervisión y apoyo de los abuelos Daniel y Lucía.
En la segunda mitad del siglo la historia da otro giro, el negocio se amplía en un establecimiento propio, las “corridas tropicales” (camiones descubiertos) llevaban “galletitas duras” a otros
pueblos. Son años en que los ocho hijos emigran a Tepic y a Guadalajara, Jalisco, para concluir carreras profesionales.
En los primeros años de la década de los setenta un ciclón arrasa con la producción de plátano y las familias pasan privaciones, sin embargo, las panaderías dan para el sustento de los Morquecho
.
En 1974 fallece don Daniel Ibarra y con su ausencia cambia la dinámica del negocio, la galleta dura pasa a segundo plano; luego la repentina muerte de don Álvaro en un accidente la deja casi en el olvido.
Es cuando la tercera generación de panaderos y hacedores de galleta dura entra a escena. Con la muerte de su padre, Lila toma las riendas del negocio y asume el cuidado de su mamá.
En tanto Álvaro hijo trabaja en la panadería. Por razones personales, Álvaro emigra y es Josué, heredero de la receta, quien toma su lugar.
La gente identifica a Lila y Josué como “Los Cuates”. Ambos deciden dedicarse exclusivamente a la producción de galleta dorada y la historia toma otro giro. A esta decisión se une la iniciativa de Luis González, el telegrafista, de llevar a Tepic bolsas de galletas para sus compañeros de trabajo. Así empezaron a vender en la capital. El siglo XXI marca la incursión de la galleta dorada en territorio de Estados Unidos con gran éxito, como marca ciento por ciento nayarita.