Los churros son una delicia que ha traspasado fronteras y generaciones. En nuestro México es muy común ver puestos de churros en las plazas de las comunidades, con su tradicional caso con aceite hirviendo y con ese aroma que evoca en nuestra mente los más bellos recuerdos.

Contrario a lo que muchos podemos pensar, los churros surgieron probablemente en China y llegaron a tierras Mexicanas gracias a mercaderes portugueses quienes degustaban el “youtiao” también conocido como demonio frito o palo en aceite.

Tras la llegada de Hernán Cortés y sus soldados a lo que hoy es México, gran parte de la gastronomía Europea se propagó por ese territorio hacia el centro y sur de América. Dicho alimento de tan variada evolución, comenzó como un palo delgado y de poco sabor, y evolucionó hasta sus más exóticas y fascinantes variantes Mexicanas.

Un churro consiste en una masa compuesta por harina, agua y sal. Una vez hecha la masa, esta se coloca en un aparato cilíndrico similar a una manga pastelera y se empuja con un pistón sobre una boquilla por donde sale mediante extrusión y con sección transversal en forma de estrella. Finalmente se fríen en aceite y una vez hechos se rebozan en azúcar.

La forma de estrella es necesaria debido a que al freír el churro el aceite sella la superficie exterior, mientras que la masa crece mucho con el calor, si no tuviera esta forma que aumenta la superficie sellada estallaría al expandirse la masa.

Los churros forman parte importante del legado culinario dejado generación tras generación, con ese sabor incomparable que nos gusta disfrutar acompañados de nuestra familia, sin duda alguna de lo mejor de las delicias de nuestra tierra.

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